sábado, 16 de diciembre de 2023

Te conocí en un bazar



Lo se, es el titulo de una canción ochentera, me remonta a mi vida en quinto año de primaria. 

Una y otra vez sonaba el estribillo. 

En ese entonces, mi único acercamiento a la palabra "bazar", era una papelería que se encontraba frente a secundaria Migoni. justo en calle primera y Aldama en Ensenada, BC, México.

Era de las pocas papelerías que existían en la ciudad.

Como quedaba muy cerca de nuestra casa, solíamos ir a menudo caminando. Cada vez que escuchaba la canción, automáticamente me situaba en ese bazar, que por cierto no tenia "camisetas, discos y jeans" 

Si escuchamos atentamente la letra de la canción, describe muy bien a un "swap meet".  Así le llamábamos a los tianguis o mercadillos ambulantes en esa época; que por cierto también había muy pocos en nuestra ciudad.

La palabra Bazar ahora ya es más común en nuestro vocabulario. Casi siempre esta asociada a una especie de sobre ruedas o mercado ambulante, que reúne a  todo tipo de marchantes con una gran variedad de productos. Desde artículos personales que ya no necesitas  hasta  productos artesanales, "hand made", orgánicos, gluten free, veganos e incluso Arte. 

Los marchantes no son iguales, no tienen las mismas necesidades, pero si que comparten el mismo objetivo: vender y ganar clientes.

Yo creía que me gustaba mucho la idea de bazar, que su gran diversidad me llenaría ese deseo de encontrar algo especial para llevar a casa. 

Sin embargo, me sucede todo lo contrario. Me causa angustia, me siento incómoda y me entran unas ganas de salir corriendo sin ver nada. 

A diferencia del escenario que nos proveen "las segundas" o "los globos", la nueva era de bazares ofrece espacios pequeños y organizados especialmente para esa ocasión. 

El emprendedor o vendedor, aparta el lugar con anticipación. Cuidadosamente elige su mercancía a exhibir, con gran ilusión empaca, transporta y diseña su pequeño altar ambulante, para que las almas que pasean por el lugar, sean tentadas por el brillo de su creación.

Siempre tengo la sensación de que llego a los bazares demasiado tarde. No soy el tipo de alma que observa las ofrendas, si no que me gusta verlos a ellos, a los marchantes. Veo sus rostros, veo sus ojos. 

A veces lucen cansados, con la ilusión arrebatada por el pasar de las almas que mostraron interés, pero al final no llevaron nada.

A los lejos cruzo la mirada con ellos y siento percibir un brillo de esperanza casi hipnótico, que busca atraerme y romper el maleficio de pocas ventas. Entonces, aflora mi necesidad de complacer a las personas, de complacer a a todos esos ojos que me llaman. Me desbordo, prefiero dar media vuelta o caminar rápidamente  por los pasillos sin ver. 

No solo me pasa en los bazares, también en los colectivos, ya sea de comida o de ventas diversas. Tengo que ir con un interés definido para que no me entre el delirio de persecución y sentirme como que todos quieren algo de mi.

Para mi, las compras son anónimas, con toque pecaminoso, culposo. Me gusta buscar, encontrar, cuestionarme si debo llevarlo o no. Si no encuentro ¡no pasa nada! me sentiré aliviada de no haber sucumbido a la tentación, pero si fui deslumbrada por un tesoro, ¡no hay culpa!, saldré redimida y libre de pecado.  Escuchar una voz diciendo "puedo ayudarle en algo?", me hace sentir expuesta, descubierta, perseguida, es tiempo de emprender la huida.

Entiendo que muchos se sienten cómodos con la atención cálida y personalizada del vendedor o creador. Yo no. Yo me agobio de pensar que aun cuando me de un trato especial quizás tendré que decirle:

NO, gracias.